El trabajo en el Señor no es en vano. Es un honor trabajar para el Rey de Reyes y Señor de señores. Por eso tenemos el privilegio de haber sido llamados para servirle desempañando un rol importante dentro de su obra. Y para poder desarrollar ese servicio, él nos ha dotado de dones y habilidades.
Sin embargo, dentro de la misma obra de Dios podemos desenfocarnos de los planes que Él determinó para nosotros. Vemos esta confusión en el apóstol Pedro cuando, por no comprender los planes del Señor, le dice: “Nunca tal te acontezca” (Mt. 16:22). El Señor reprendió a Pedro porque tenía puesta su mirada en las cosas de los hombres y no en las de Dios.
Cuando servimos al Señor podemos, fácilmente, poner la mira en las cosas de los hombres y no en las de Dios. El resultado puede ser la confusión de pensar que estamos sirviendo al Señor, cuando en realidad estamos sirviendo a nuestros propios intereses. Vemos este caso en el joven rico. Jesús lo invitó a seguirle, pero él se negó porque pensó en sus negocios y no en los negocios de Dios (Mr. 10:21).
Somos llamados a servir al Señor, no en base a nuestras metas y proyectos, sino en los planes, metas y proyectos que el Señor ha puesto en nuestro corazón, obedeciéndole a Él y a sus mandamientos. Vemos entonces dos proyecciones distintas, la proyección divina y la proyección humana. Trabajar para Dios desde una proyección humana es trabajar en vano para el Señor. Trabajar desde la proyección divina no es en vano, al contrario, es muy provechoso. ¿Cuál es la proyección que estamos utilizando para servir al Señor?
No debemos desperdiciar nuestro tiempo sirviendo al Señor desde nuestra proyección humana, sirvámosle desde su proyección divina y aprovecharemos bien el tiempo porque los días son malos, de esa manera el trabajo en el Señor no será en vano.
En Cristo,
Álvaro Méndez – Capellán ING
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